Los sonámbulos

Festividades en familia: tabú, tensión y quiebre. Paula Hernández nos invita a repensar un fin de año sin mantos de silencio.

Revista Ojo de Salvia

Festividades en familia: tabú, tensión y quiebre. Paula Hernández nos invita a repensar un fin de año sin mantos de silencio.

Es fin de año y una familia se reúne en una casa quinta a celebrar las vísperas de fin de año. Todos concurren a un cálido y placentero ambiente, para disfrutar de un par de días que aparentan ser relajados. La casa de vacaciones de Meme (Marilú Manini) es el punto de encuentro en la que, todos los años, tres generaciones convergen para descansar, recordar y cumplir con los ritualismos de una familia tipo, que tiene una herencia particular e insoslayable: el sonambulismo.

Aunque la película se centra mucho en los vínculos y estructuras familiares, las protagonistas de la película son Luisa y su hija Ana, quienes atraviesan ciertas peleas y contradicciones. Luisa intenta generar nuevas formas de vinculación para poder acompañar a Ana, quien está viviendo procesos normales de su edad: comprender la autonomía del deseo, el autoconocimiento del cuerpo y su primera menstruación que, tanto en la película como en la vida, sigue siendo tabú en algunas familias tradicionales. 

Este vínculo nos sumerge en las maternidades retratadas y vividas desde una mirada femenina. Al inicio del film, se nos introduce de lleno y sin vueltas en una metáfora maravillosa que se fusiona con características propias del cine de terror. Ana despierta caminando desnuda en la oscuridad, la sangre cae por sus piernas. Su madre se despierta en el medio de la noche y vuelve a acostar a su hija. Preocupada, vuelve a la cama sin poder conciliar el sueño. El sonambulismo aporta como idea narrativa el significante de la negación, escape, o hasta la represión de algo que subyace o se mueve por debajo de las raíces de esta familia. 

Lxs sonámbulxs tienen los ojos abiertos, pero no ven cuando están despiertos, suelen volver a su cama y al día siguiente no recordar nada de lo que hicieron. No tienen conciencia plena de sus actos, porque no están dormidos ni despiertos.

Lxs sonámbulxs tienen los ojos abiertos, pero no ven cuando están despiertos, suelen volver a su cama y al día siguiente no recordar nada de lo que hicieron. No tienen conciencia plena de sus actos, porque no están dormidos ni despiertos.

El personaje de Luisa es sumamente intuitivo y cuestionado por toda la familia, sobre todo por la abuela Meme, quien deja ver su disgusto. A medida que avanza la historia entendemos que Luisa está agotada de estas estructuras casi endogámicas. Atraviesa conflictos de pareja y, al igual que Ana, desea conocerse, tener libertades y hacer lo que quiera sin recibir cuestionamientos de su pareja Emilio, ni de su suegra Meme.

A medida que van pasando los días, la tensión crece constantemente. El transcurso del film nos prepara y nos sumerge en una atmósfera de peligro sostenido en donde esperamos, como espectadores, la explosión de ese fastidio que sentimos subyacentemente en toda la película. La directora, Paula Hernández (1969, Buenos Aires, Argentina), nos lleva a un lugar incómodo, porque exterioriza la crisis de un modelo de sociedad que tiene al clan familiar tradicional como núcleo insoslayable.  

En cada cena y ritual familiar del relato se van pelando las capas de ciertos modismos machistas y a los personajes les cuesta cada vez más vincularse. Como si cada personaje simbolizara algo. Por un lado, la figura patriarcal de la abuela, que apela al conformismo y aprobación de los actos que realizan los varones de la familia, defenestrando constantemente a las mujeres de la familia, incluyendo la señora que realiza el trabajo doméstico. Contradice las decisiones de su propia hija Inés, quien fue madre recientemente, imponiéndole un concepto de maternidad muy tradicional. 

Por otro lado, las figuras masculinas de la película denotan actitudes machistas muy acordes a la sociedad en la que fueron criados. Emilio es la figura incuestionable, el padre de familia que decide atropelladamente sobre los negocios y sobrepasa los límites de Luisa y de sus hermanos. Sergio vive absorbido por sus problemas y con ciertas libertades, y el último eslabón, Alejo, quien también tiene ciertos privilegios y derechos, se ven replicados en varias escenas de Los Sonámbulos.

La cuerda es cada vez más tensa. El ambiente es cada vez más sofocante, el calor excesivo, el malestar y la incomodidad aumentan. Desde lo visual y sonoro se juega con la visibilidad de lo que está en escena y no. Conversaciones que se escuchan como susurros desde otra habitación, como si se estuviera espiando a alguien. Por las noches es como si nadie durmiera, llantos del bebé, insectos que revolotean afuera. La cámara nos pasea por la casa como si fuese un integrante más de la familia. Los interiores oscuros, iluminados al natural, hacen sentir el relato más realista. 

Al final de la película se produce lo que tanto intuimos. El estallido, el quiebre. El término de todas las posibilidades, la iniquidad. Las miradas lo dicen todo, atestiguamos como espectadorxs lo que Luisa nos anticipa en todo el film y, finalmente, se vuelve carne: el daño irreparable.

Los Sonámbulos podría ocurrir en cualquier época, pero es interesante cómo repercute en este momento. El cine es una pregunta permanente y, en esta oportunidad, la directora nos introduce en el debate de temas familiares oscuros que muchas personas vivieron, pero que hasta el día hoy parecen innombrables, ya que se ven sellados bajo un pacto de silencio y complicidad.

Argentina, 107 min. 2019

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Autorx

Daniela Vera

Redactora