Habitar y dejar rastro: la pintura como devoción
A través de sus obras, Catalina León recrea un mundo donde la naturaleza es un todo interrelacionado y el material se torna protagonista. Por fuera del marco cuadrado, la pintora entrelaza disciplinas para generar un ecosistema sensible.
por Dalia Cybel
Cuando Catalina dice “pintura” no habla de pureza, porque en su arte hay mixtura de técnicas, formas y saberes que se conjugan. Entre los trazos pastosos y la materia abundante aparecen la astrología, los estudios de religiones comparadas y la Psicología, carrera que acaba de empezar en la UBA. “La pintura es una forma de conocimiento, de devoción. A través de la pintura hay algo que me permite sostener las paradojas. Siento que mi acción como artista es habitar y dejar un rastro. Cada obra es un rastro de algo que pasó”, cuenta la fundadora de Vergel, una ONG donde se entrelazan arte, educación y salud.
Catalina León tiene 39 años, vive en Buenos Aires y cuando habla las frases se hilvanan entre sí como si fueran parte de un bordado. “Comparto mi cuerpo con la pintura, es algo que se entreteje con mi vida cotidiana, siento que cada vez más se está convirtiendo en una práctica para entrar y salir de un mundo visible e invisible al mismo tiempo”, apunta.
Su primer acercamiento al arte fue de pequeña, cuando su niñera comenzó a estudiar Bellas Artes por correo y la llevó al taller de pintura que retomaría años después. Sin embargo, debería esperar hasta la adolescencia para tomar conciencia de que, sin la pintura, no iba a poder reflejar el mundo a su manera: “Me acuerdo de salir con una amiga a sacar fotos y darme cuenta que había algo dentro de las cosas que no iba a poder representar nunca con una cámara. Fue ahí cuando sentí la necesidad de pintar. Volví a mi casa y fui directamente a la librería a tres cuadras, me compré pinceles, óleos y un bastidor”.
“Comparto mi cuerpo con la pintura, es algo que se entreteje con mi vida cotidiana, siento que cada vez más se está convirtiendo en una práctica para entrar y salir de un mundo visible e invisible al mismo tiempo”
La versatilidad también se refleja en sus instalaciones. En Muda agrega a la pintura retazos de tela, lana y hojas de palta y banano. A través de la suma de materiales la artista forma racimos rojos, caobas, castaños, fragmentos de una naturaleza que se descompone, cambiando su textura con el paso del tiempo. Otra de sus obras es Zodíaco posible, exhibida en la Usina del Arte, donde representó los 12 signos zodiacales a través de un espacio compartimentado en construcción, que contaba con un sector de biblioteca para que lxs visitantes pudieran dejar sus sugerencias para cada signo.
Por sus dimensiones, las obras irrumpen el ambiente generando su propio ecosistema, algo que queda claro en Cruz imaginal, donde un nido de hornero, el ave nacional argentina, aparece a escala humana. “A través de mi obra siento que puedo conectar con algo que la naturaleza sabe hacer y que nosotros, como parte de ella, también, regenerándonos y estando en diálogo. La naturaleza es un lugar donde las cosas no están separadas, todo está en relación con todo, donde los procesos de destrucción y regeneración están conviviendo constantemente. A veces creemos que la naturaleza es perfecta, pero en ella hay un montón de azares, intersecciones, imperfecciones, encuentros y desencuentros. Sin embargo, todo el tiempo es, está brindada. Busco sintonizar con eso y me gusta pensar que mi obra recuerda esa posibilidad”, asegura la artista que, a través de su intento de unir lo separado, genera un hojaldre de sentidos.
Catalina acepta que no sabe ser pintora de cuadro cuadrado. Aunque a veces lo vuelve intentar, ya no batalla como cuando no pudo entrar a la Escuela Nacional de Bellas Artes Pueyrredón y siguió estudiando por su cuenta, como cuando pensó en abandonar el arte o en todos aquellos veranos en Neuquén, imponiéndose la rutina de trabajar ocho horas antes de meterse al agua. Por eso los marcos recortados, los colores pasteles, las líneas onduladas y los rostros delineados que desaparecen se convierten en indicios capaces de interpelar desde lo sensible.
En 2003, tres días después de haber inaugurado su primera exposición en la galería Sendrós, Catalina descubrió que faltaban partes de la instalación que había presentado. En ese momento, enojada, decidió tomar lo que restaba de la obra para venderlo en la verdulería en la esquina de su taller, generando lo que para ella significó un acto político y una fiesta. “Desde ese momento perdí todo miedo de quedar excluida del mundo del arte. Sentí que la pintura y yo íbamos a hacer el camino que nos tocara. Nadie puede ser maltratado en un ámbito laboral solo porque es joven y está empezando. Tuve la claridad de saber que lx artista es un trabajador y que tenía que haber reglas que lx cuiden, explica la pintora y agrega:
“A esa obra vuelvo cuando necesito buscar el germen de mi trabajo, como si cada vez pudiera sacar una idea, una imagen, una libertad que estaba ahí en ese momento y que a veces se me escapa o me desconecto”.
Durante muchos años, la expresión pictórica estuvo aparejada a lo femenino. Sin embargo, cuando la obra de Catalina es arrimada a ese adjetivo se le abre un río de interrogantes: ¿qué es lo femenino?, ¿una categoría?, ¿un límite o una libertad? ¿Todo arte producido por mujeres es femenino? ¿Hay arte masculino?
“Muchas veces oí decir que mi obra es femenina y yo me preguntaba qué quería decir eso, si era un halago o un insulto. Sí reconozco y defiendo que en mi obra hay algo que tiene que ver con lo femenino, entendiendo lo femenino como esa fuerza de lo regenerativo. Me gusta utilizar el imaginario de las flores, de los animales, todo lo que se entiende como femenino y que a veces nos queremos sacar de encima, pero que para mí es muy genuino. Creo que son imágenes de procesos psíquicos, carnales y sutiles a la vez”, analiza.
En ese sentido, la pintora entiende que el mundo del arte sería más plural y heterogéneo si no se hubiese dejado de lado las subjetividades de mujeres y feminidades. “Esta pregunta me lleva a hacerme preguntas”, explica. “¿Cómo habla el arte contemporáneo del amor, del sexo, de la magia, el afecto, la tristeza, el dolor, la sanación, de la pérdida? y ¿las obras que hablan de esos temas son de artistas mujeres?” Sus preguntas se hilvanan, resbalan bajo las puntadas de una aguja, se entrelazan como si fueran parte de un bordado.