Eclipse

Cuando Esperanza llegó a casa, lo primero que hizo fue ir corriendo a la cocina a contarle a Mamá lo que les había dicho la maestra

por Mariana Simunovich

Revista Ojo de Salvia

Cuando Esperanza llegó a casa, lo primero que hizo fue ir corriendo a la cocina a contarle a Mamá lo que les había dicho la maestra. Esquivó a los perros y, antes de entrar, alcanzó a ver a Papá dándole de comer a los chanchos.

Era increíble que algo así pudiera pasar y no terminaba de comprenderlo bien, pero quería que Mamá supiera que la magia existía.

—Mamá, no te asustes si el lunes estás tomando mate con Papá y todo se pone oscuro en el cielo. La maestra sabe. Ella dijo que la luna va a ponerse delante del sol y lo va a tapar y por eso va a ser de noche, pero a la tarde.

Mamá la miró fijo, con la tapa de la olla en la mano y le preguntó:

—¿De verdad?

Esperanza le dijo que sí.

—Se llama eclipse.

Toda la tarde pensó en eso. Le daba un poco de miedo que se haga de noche a la tarde y pensó si a la noche saldría el sol otra vez. Se lo iba a preguntar a la maestra.

Esperanza vivía en la zona rural del pueblo, con Mamá, Papá, sus tres hermanas chiquitas, los animales y un peón, Aníbal, que dormía en una casita al otro lado de los corrales.

Estaba por cumplir 13 y se imaginaba un montón de cosas para su edad. Había pedido permiso para cortarse el pelo y Mamá había dicho que sí, pero a Papá no le gustaba mucho la idea, así que todavía lo estaba pensando. Había pedido permiso para que Rosita y Elena fueran a pasar el día de su cumpleaños con ella y Mamá y Papá habían dicho que sí.

Llegó el lunes y Esperanza estaba emocionadísima. A la mañana, mientras ayudaba con los animales, Esperanza le contó a Aníbal sobre el eclipse. Pero Aníbal no escuchaba, solo la miraba y asentía, como habitualmente hacía. Porque Aníbal siempre la miraba cuando se agachaba a tirarle maíz a las gallinas, o se trepaba a los árboles para sacar alguna fruta madura. 

Esa tarde, sin analizarlo mucho, Aníbal se decidió. Su mente le dijo que era fácil.

—Desde la parcela de más allá se va a ver mejor lo del eclipse, Esperanza.

Esperanza ni lo pensó. Desde donde se pudiera ver mejor, ahí quería estar. Y como Aníbal era grande, no le iba a dar miedo si se hacía de noche a la tarde y estaba en el medio del campo.

Papá había ido al pueblo a comprar afrechillo para los chanchos y Mamá estaba con las nenas en la cocina, con el pan en el horno y el dulce en el fuego. Las tareas diarias no les permitían detenerse por el eclipse. 

Pero Esperanza no se lo iba a perder por nada del mundo y allá fue con Aníbal, caminando y mirando el cielo.

Hoy se acuerda de cómo todo se puso negro. Cómo se fue el sol a la tarde, una mano de Aníbal tapándole la boca, la otra sacándole la ropa. El olor a sudor y a río.

El dolor.

El terror.

La confusión.

Cuando llegó a casa, el sol ya casi era sol de nuevo. Mamá le preguntó dónde había estado y ella mintió y dijo que mirando el eclipse y que por eso tenía los ojos hinchados, de tanta concentración.

Esa noche lloró mucho más. Mintió otra vez y dijo que lloraba porque le dolía la panza de tanto pan con dulce que había comido. Le dolía toda la existencia.

Pasaron los meses y fue evidente que algo sucedía. Mamá y Papá le preguntaron qué había hecho y preguntaron por qué. Después se conformaron con su silencio y le dijeron que iba a tener que aceptarlo.

Esperanza quería morir, pero no sabía cómo morirse. Le habían robado su sueño de seguir yendo a la escuela. Le habían robado toda su inocencia de niña y había obtenido a cambio un hijo que no quería. 

Esperanza es una niña.

Su mirada de resignación y dolor mientras le da el pecho al hijo que le hicieron parir lo dice todo. 

Y ahora es una niña madre.

Aunque todavía haya ojos ciegos que no lo quieran ver.

#quesealey #niñasnomadres

Fotografía: Lupe Bossi Brandt @lupebossibrandt

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Mariana Simunovich

Redactora