Visiones íntimas

Con casi veinte años de fotografías y de historias narradas sin tiempo, Valeria Bellusci nos invita a bucear por los bordes de las fotografías, entre ficciones y realidades difusas, habitando todos los mundos posibles.

Revista Ojo de Salvia

Con casi veinte años de fotografías y de historias narradas sin tiempo, Valeria Bellusci nos invita a bucear por los bordes de las fotografías, entre ficciones y realidades difusas, habitando todos los mundos posibles.

¿Cómo se define hoy Valeria?

Hoy me defino “en construcción”. Si toda la vida es un largo camino de autoconocimiento, en este momento, aunque pueda ensayar definiciones de mí misma, les huyo. Prefiero no sentirme demasiado atada a ninguna certeza. Sé cosas que hace 20 años no sabía. Pero también sé que, cuanto más abierta y flexible sea a lo que el mundo revela, más capacidad de dejar entrar algo nuevo voy a tener. Más empatía, más comprensión con mis miserias y las ajenas.

¿Cómo es tu universo?

Mi universo tiene dos caras. Hay una parte muy doméstica. La casa, lxs hijxs. Estoy siempre muy atenta al estado del tiempo. Cómo está el cielo hoy, si hay viento, si alguna planta tiene un nuevo brote, si se abrió una flor nueva. Qué árbol pierde sus hojas. Nunca desde un lugar romántico, sino más bien observando cómo opera la naturaleza, cómo se despliega y se retrae, la inclemencia, lo insignificante que somos ante ella. 

Después está el otro universo, como un puente entre lo que sucede en mi cabeza y el afuera. Puedo estar horas en silencio o hablar mucho, pero necesito mis momentos de soledad y hacer cosas con las manos, pequeños objetos que luego voy desplegando por la casa. Ahí creo que esto conecta con la primera pregunta. Las fotos y los objetos, la manera de disponerlos, los pequeños y apócrifos altares son pistas. Algo que dejo por ahí para recordarme momentos pasados, o para que me recuerden. No solo como madre, hija, amiga o hermana. Algo que sucede más allá de los vínculos. Mi mapa.

¿Escritorxs, fotógrafxs, cineastas que convivan en tu universo?

¡Hay muchxs! Ciertas lecturas de la adolescencia me marcaron. Los libros de las hermanas Brontë, Joseph Conrad, la colección de ciencia ficción de la editorial Minotauro. Ursula K. Le Guin. Las novelas policiales de mi viejo. Lxs escritorxs norteamericanxs del sur y, por supuesto, Carver, Cheever, Salinger, Moore, Munro y más. 

La lista de fotógrafxs también es muy amplia. Los primeros amores fueron Nan Goldin, Koudelka, Fukase, Arbus, Iturbide. Adriana Lestido fue quien abrió ese universo con sus fotos.

En el cine también es larga la lista, pero creo que fue fundamental la época de ciclos en la Lugones, Hebraica, el Cine Arte, que recorrí entre los 17 y 23 años. No tenía ninguna experiencia, pero ver por primera vez a Tarkovsky, Bergman o Kurosawa me voló la cabeza. 

Hubo un primer encuentro donde adquirí conocimientos técnicos, pero el encuentro verdadero vino a partir del año 95, en el taller de Adriana Lestido. Ahí surgió algo vital que se transformó y me transformó. 

¿Cuál es la fotografía que más recordás, que tengas latente en vos? 

De las mías hay dos. Una que hice de un cóndor en los sótanos del Museo de Ciencias Naturales, en el año 96. El tremendo silencio, ahí abajo, la luz que entraba por las ventanas al ras del piso, la majestuosidad del cóndor que saqué de un placar y deposité suavemente sobre la mesa y el peso leve que tenía. Solo carcasa y plumas, pero, aun así, majestuoso. 

La otra es de la última serie. El vestido de floripondios, porque estuve horas colgada armándolo, entré en otra frecuencia. Los sonidos del jardín, el tráfico a lo lejos, los pájaros que rondaban y, recién después, cuando terminé, pensé en fotografiarlo (¡por suerte tenía película!) Y corrí a buscar la cámara.

¿Cómo fue tu encuentro con la fotografía?

Hubo un primer encuentro donde adquirí conocimientos técnicos, pero el encuentro verdadero vino a partir del año 95, en el taller de Adriana Lestido. Ahí surgió algo vital que se transformó y me transformó. 

En la fotografía, ¿qué es el tiempo para vos? ¿Cómo transcurre?

El tiempo deja de tener que ver con los relojes. Es un tiempo interno, donde todo se ralentiza. Saco pocas fotos. Pasan largos períodos sin imágenes y cuando vienen son un regalo.

¿Cómo es tu diálogo con las imágenes?

El diálogo con las imágenes comienza cuando despliego sobre la mesa y selecciono, busco conexiones, dejo que hablen. Es muy importante el proceso de edición. Ahí es donde aparece una posible narrativa, un sentido no del todo expuesto. Lo velado. 

¿Qué te sucede cuando fotografiás y, después, cuando ves la foto?

Entre la toma y el revelado suele pasar bastante tiempo. La mayor parte de las veces olvido lo que vi o sentí en ese momento. Nunca es lo esperado. Si las dos imágenes que nombro más arriba no hubiesen quedado en las series, igual recordaría el sentimiento que tuve. Pero no siempre me pasa. Entonces puede ser pura sorpresa lo que aparece.

¿Qué te da la fotografía? 

La posibilidad de habitar los mundos imaginarios, ver el reverso de las cosas, lo casi invisible, la distorsión de la realidad, las infinitas posibilidades. Creo que no logro conectar con el mundo real en fotos. Ando por los bordes.

¿Cuál es tu luz preferida? 

Después de la lluvia, con el cielo cargado de tormenta, cuando la luz parece salir de adentro de las cosas, de los árboles, sobre todo. La luz de invierno por la mañana. Y cuando se está por ir.

¿Qué mirás hoy?

No lo tengo muy claro. Fotografío igual hace muchos años fuera del tiempo, de toda tendencia, sin tema, hasta que las fotos hablan, pero ahí también me lo invento. Cada foto es una posibilidad. Juntas, quizá un pequeño cuento o sueño o pesadilla. No hay grandes temas. Hay pequeñas atmósferas. No voy a pasar a la historia (risas).

¿Por qué “Todas las manzanas cayeron”?

Primero se llamó Once Llamas, por un sueño que tuve. Pero era muy cerrado el nombre. Luego, evocando una frase de un cuento de los hermanos Grimm, llego a Todas las manzanas cayeron

Cuando volví a leer el cuento vi que no era así la frase, pero estaba perfecta para lo que quería expresar. Las manzanas caen cuando maduran, pero también pueden caer después de una tormenta. Yo empiezo a editar este trabajo cuando mis hijxs están dejando atrás la infancia. 

¿Cómo fue el proceso de creación, hasta su exhibición en 2018 en la Fototeca Latinoamericana? ¿La edición la hiciste sola? 

Fue muy largo. En el 2012 comenzamos a juntarnos con dos amigxs para ver nuestras fotos. Ahí, en una profunda crisis, miré el pasado: ¿Qué hice todo este tiempo, además de criar a mis hijxs? ¿Saqué fotos? Bueno, sí, había sacado fotos sin intención, fotos sueltas en diferentes lugares y momentos, con mi mirada torcida, de reojo, algunas pequeñas cosas. Estaban estas pistas, los objetos, pero también había estado mirando como sumergida.

Luego vinieron nuevas imágenes (que nacen viejas, quizás por el blanco y negro), sin que importe el escenario. Y algo empezaron a decirme. Más tarde, a uno de los viajes a la playa con Adriana Lestido, quien estaba haciendo la selección de Antártida Negra, me dijo que lleve mis fotos. Ahí hubo una nueva mirada y ella fue la impulsora de la muestra.

El diálogo con las imágenes comienza cuando despliego sobre la mesa y selecciono, busco conexiones, dejo que hablen. Es muy importante el proceso de edición. Ahí es donde aparece una posible narrativa, un sentido no del todo expuesto. Lo velado. 

¿Qué sentiste en el momento de revelar tu trabajo al mundo? 

Cuando llegó el momento, sentí alivio y un poco de pánico. Fue muy bueno que la muestra haya sido tal cual la quería. La gran mayoría de las fotos fueron copiadas manualmente por Emilio Casabianca, quien, 20 años antes, había copiado mis fotos de La vereda del corazón quieto. El 80 por ciento fue financiado por FoLa y, sin eso, hubiese sido imposible para mí. 

Adriana Lestido hizo la curaduría y el diseño del montaje. Fue muy simple y clásico porque las imágenes así lo pedían. Sin trucos, sin grandilocuencias. El otro día decía en el taller (entre otras brutalidades) que no hay que dejar las cosas a medio parir o a medio abortar. Se gesta hasta el final y se pare, o se aborta. Pero hay que sacar las cosas del cuerpo.

¿Todas las manzanas cayeron fue disparador de otro ensayo?

No aún. Dejé congelado el proyecto de libro. Pero este abandono momentáneo vino bien, ahora quizás es el tiempo de trabajar en ello.

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Autorx

Virginia Robles

Dirección + Edición De Arte