¿Quién habita el museo? Reflexiones sobre el elitismo y la virtualidad

Desde que cerraron por las condiciones sanitarias, los museos debieron luchar entre la desaparición y el pase a la virtualidad.

Revista Ojo de Salvia

Desde que cerraron por las condiciones sanitarias, los museos debieron luchar entre la desaparición y el pase a la virtualidad. Esta tensión dejó en evidencia el contrapunto entre la masividad de las redes y el elitismo de las instituciones. De ese clivaje oscuro surge el Movimiento de Justicia Museal, creado por Johana Palmeyro, para repensar los públicos y las exposiciones.

Temáticos, interactivos, de Ciencias Naturales, al aire libre o en castillos, desde su creación los museos fueron espacios ideados para una élite culta y ascética. Esta lógica verticalista constituyó al museo como un arcón de conocimiento y generó un escenario hostil para quienes no se adecúan al ideal del ciudadano blanco burgués.

En nuestro país, según la Encuesta de Consumos Culturales 2017, solo el 12,5% de la población accede al museo. Este dato, en conjunto con la obligación de trasladarse a la virtualidad por la cuarentena, terminó de materializar lo que la museógrafa y educadora Johana Palmeiro hacía rato se preguntaba: ¿quiénes habitan los templos del saber? ¿Cuándo un espacio público se convierte en un ámbito restringido? Con este impulso, decidió crear el Movimiento de Justicia Museal, un lugar de encuentro desde donde generar acciones para democratizar el acceso a los museos.

Licenciada en Museología y Gestión del Patrimonio Cultural por la Universidad del Museo Social Argentino, Palmeiro trabajó en la Dirección Nacional de Museos y realizó una residencia en el área de educación del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid. Actualmente, cocoordina el área de Museología y Comunidades en el Museo Casa de Ricardo Rojas, desde el cual elaboró proyectos con diferentes colectivos, como Identidad Marrón y la Unión de Trabajadores de la Tierra. 

Entre el futuro incierto y la digitalización del museo, reflexionamos sobre las barreras simbólicas, los criterios excluyentes y la necesidad de repensar los públicos de manera situada. 

¿Cómo surge el Movimiento de Justicia Museal?

Yo ya venía trabajando el tema de la accesibilidad en los museos, pero la cuarentena me llevó a cuestionar para quién íbamos a reabrir, una vez que se pudiera. A partir de allí, me puse a investigar y encontré que solo el 12,5% de la población argentina va a los museos. En ese momento sentí que tenía que hacer algo y me acordé que la artista Doris García tiene una frase que dice “el arte es para todos, pero solo la elite lo sabe”. 

Sentí que esto podía aplicar a las instituciones también, entonces decidí reapropiármela y hacer estampas que dijeran “los museos son para todes, pero solo la elite lo sabe” y las pegué afuera de los museos más convocantes de la ciudad, el Malba, el Museo de Bellas Artes y el Museo de Arte Moderno. La intervención tuvo tanta visibilidad que empezó a crecer y me contactaron desde el Ministerio de Cultura. Ahí surge el Movimiento de Justicia Museal.

Es llamativo lo que marcás porque la mayoría de los museos son gratuitos y están abiertos a todo público, pero la gente no los consume, a diferencia del cine, que es un entretenimiento caro y todo el mundo fue alguna vez. ¿Por qué creés que esto sucede? 

La barrera económica es solo una de las tantas que hay que atravesar a la hora de entrar al museo. La mayoría de las personas cree que los museos no les pertenece o que son hostiles, cuando justamente deberían ser un lugar de para todxs, especialmente los estatales. Hay otra encuesta de la Dirección de Museos, que indica que lxs jóvenes no van porque consideran que es aburrido. Eso habla de las narrativas, de cómo se comunica. En general, desde adentro de los museos pensamos las exposiciones para un público especializado, que ya viene con un interés previo y, en realidad, debería ser todo lo contrario. Sino terminamos hablándole siempre al mismo círculo.

“La barrera económica es solo una de las tantas que hay que atravesar a la hora de entrar al museo”.

Ahí se pone en juego la forma y el contenido de lo que se expone, es una doble dimensión.

Sí, y dejar de subestimar al público. El principal error es pensar que los museos son lugares para aprender algo, cuando en realidad son lugares de encuentro, de disfrute, de participación. La respuesta está en hacer alianzas, en hacerlo interactivo, tener en cuenta lo que trae el público, su bagaje, su origen. Eso tiene que incorporarse como política institucional y no quedar supeditado solamente a las áreas de educación. Si entrás a un lugar y lo único que sentís es que no sabés lo suficiente para estar ahí, es obvio que te vas a ir. 

Paulo Freire hablaba de la educación bancaria y yo creo que el museo tiene un sistema muy bancario, bajo el paradigma de “yo te deposito el conocimiento en tu cabeza vacía”. Frente a eso, Freire propone articular una educación para la liberación, tenemos que pensar museos para la liberación, donde trabajemos con lo que el público trae y puede aportar.

Ahí lo físico aparece como una limitación, que todo el museo se plantee como un gran “prohibido tocar”. 

Es necesario cuestionar la hegemonía visual, esta idea de que solo voy al museo a mirar, cuando en verdad hay cosas para sentir, para oler, para tocar. Es importante incorporar estas dimensiones para diversificar los públicos. Preguntarle al visitante cómo se siente. Las áreas de educación lo hacen, pero falta que los cargos jerárquicos entiendan que eso también es parte del museo y no solo organizar cursos para especialistas.

“Es necesario cuestionar la hegemonía visual, esta idea de que solo voy al museo a mirar, cuando en verdad hay cosas para sentir, para oler, para tocar”.

En ese sentido, ¿el pase a la virtualidad de la pandemia ayudó a democratizar este espacio?

La virtualidad tiene sus pros y sus contras. Por un lado, se logró extender propuestas de Capital Federal a otras partes del país, federalizando su llegada, pero por otro lado, hay muchos grupos que quedaron segregados. Por ejemplo, en el Museo Ricardo Rojas recibíamos a adultos mayores de PAMI y, con la pandemia, eso no se hizo más. También bajó mucho el número de escuelas interesadas. 

Tuvimos el desafío de plantear si nos servía adaptar el material físico a las redes o si había que crear algo nuevo. En algún punto, la virtualidad es un limitante, la pantalla no puede transmitir una experiencia y eso forma parte de la visita al museo: el edificio, la llegada, el trato con la gente, no es sólo la exposición. El mano a mano con el público es irremplazable, aunque intentemos hacer contenido virtual. 

 

¿El museo pospandémico debería pensarse de otra manera?

Sin duda, hay que pensarlo de otra manera para que no siga viniendo solo ese 12,5%. Creo que esta pausa sirve para generar otro tipo de acciones. Por ejemplo, ahora el Terry de Jujuy está siendo un centro de vacunación, eso nos lleva a pensar en la función social del museo. No hay vuelta atrás, nada va a ser igual después de la pandemia, entonces nos vemos obligadxs a cuestionar qué función vamos a cumplir, si queremos seguir siendo lugares vivos. Hay que pensar qué relevancia va a tener el museo después de la pandemia, si queremos que siga dialogando con la gente y no convertirse en un mausoleo. 

¿Creés que incluir más mujeres podría ayudar a democratizar el museo?

Yo creo que hay algo que excede al género y es que, si todas las personas que trabajamos en museos somos de la misma clase social y con la misma formación, no se va a enriquecer nunca. Hay que abordar la cuestión de género desde una perspectiva interseccional y antirracista para incorporar otras voces que logren romper la endogamia. Hay que sumar trabajadores de otros lugares que puedan aportar sus propias experiencias al museo.

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Autorx

Dalia Cybel

Redactora