La herida colosal

La noche anterior había llovido copiosamente y ella había llorado de igual forma.

por Mariana Simunovich

Revista Ojo de Salvia

La noche anterior había llovido copiosamente y ella había llorado de igual forma.

Sus lagrimones, redondos y espesos, la habían acompañado durante largas horas de hastío.

Luego, con la vista borrosa y húmeda y una mano temblorosa, escribió: 

Si no me permito sentirlo, no voy a poder sanar. No se cura lo que no se permite ser sentido. Si lo ahogo y lo niego, no permito que exista y, si no vive, no hay forma de que pueda matarlo para que finalmente ya no pueda ser. 

Para poder acabar con él, primero tengo que dejarlo vivir.

En un arrojo de autoanálisis, creyó ver una solución que intentaba animarla y le ofrecía las herramientas de sanación.

Embustera.

Charlatana.

Sabía bien que por arte de ninguna magia podría superar así, sin más, esos dolores que la desgarraban por dentro.

Y la mayoría del tiempo se encontraba en soledad, deseando poder transformar sus emociones en algo que no la hiciera sentirse morir.

Y fracasaba.

Una y otra vez. 

Intentando enfrentar las sombras.

Se le daba mal. Cada vez peor.

Siempre al borde, asustada y enferma de dolor.

Y de repente, pensó que podría romper algún eslabón de esa cadena que la condenaba a sufrir en silencio. 

Y pensó que la muerte no le dolería. No pensó en la agonía, pensó en la muerte.

Y luego pensó que, a pesar de todo, la quería lejos.

Y no pensó más.

Sólo quería aliviar de alguna manera la presión que sentía.

La ecuación parecía sencilla.

Hizo el corte y brotó la angustia interminable y la sangre le manchó la mano.

El dolor era nada comparado con la pena interna.

Que nunca acababa.

Cada vez más confundida.

Anclada a su soledad, siguió buscando las respuestas en una mente corroída por el miedo.

La sangre siguió siendo el eco de sus heridas más profundas.

Y no supo, no pudo pedir ayuda.

Y su mente fue abismo.

Y su cuerpo fue mapa.

Visibilicemos las autolesiones.

Admitamos el dolor.

Brindemos ayuda.

Pidamos ayuda.

Estemos presentes.

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Autorx

Mariana Simunovich

Redactora