De geometrías y geografías: los paisajes silenciosos de Valentina Ansaldi

De la mano de la geometría y el color, Valentina Ansaldi se convirtió en la primera artista argentina en entrar a la colección del Museo de Arte Moderno de Moscú. En diálogo con Ojo de Salvia, la pintora de 26 años reflexiona sobre su obra y la necesidad de registrar lo cotidiano.

Revista Ojo de Salvia

En 1974, el filósofo francés Georges Perec analizaba su relación con el espacio urbano en Especies de Espacios, uno de los textos fundantes del situacionismo. Entre sus recomendaciones de “cosas que deberíamos hacer sistemáticamente de vez en cuando”, el autor enumera: “En los inmuebles en general: mirarlos; levantar la cabeza; buscar el nombre del arquitecto, el nombre del contratista, la fecha de construcción; preguntarse por qué a menudo está escrito “gas” en todos los pisos; tratar de acordarse, en caso de un inmueble nuevo, de lo que había antes”. Casi medio siglo después, los colores flúor, la geometría exacta y el detallismo estático de las pinturas de Valentina Ansaldi obligan a repetir el mismo gesto de extrañamiento, como si los lugares cotidianos pudieran convertirse súbitamente en escenografías de películas tristes.

Valentina tiene 26 años y comenzó a estudiar pintura a los 15 en el taller de Gabriel Baggio. Luego de terminar el colegio, ya habiendo cursado el Instituto Vocacional de Arte, ingresó a la Licenciatura en Artes Visuales en la UNA, donde realizó una clínica de obra con Pablo Siquier, que luego continuó con Verónica Gómez. Si bien en un principio se dedicó a la geometría, pronto se sintió limitada por la forma pura y decidió volcarse a la arquitectura, con referencias de imágenes próximas o lejanas, tomadas de internet. Sin embargo, la mediación de la pantalla generó que la experiencia quede inconclusa, al no trazar una relación afectiva con el lugar. 

Fue entonces cuando, durante los viajes diarios desde su casa en San Telmo hasta el taller Yerua, un galpón que comparte junto con otros 11 artistas en Paternal, comenzó a tomar las fotos que se convertirían en la materia prima de su obra. “Hice una serie basada en la arquitectura soviética porque me interesaba trabajar con la forma, con las estructuras y su geometría, pero después de un año empecé a sentirme un poco desapegada. Entendí que me faltaba la cercanía visual con el lugar. De ahí surge la serie en la que estoy trabajando hasta el momento, donde pinto imágenes de interiores y exteriores de mi vida diaria”, explica.

Además, la artista que en 2018 obtuvo la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes y el Primer Premio Estímulo de Pintura Banco Central, considera: “Desde que empecé a ir, el taller tomó gran relevancia en mi pintura. Este intercambio se hizo muy presente y se reflejó en la necesidad de llevar lo que vivía todos los días a la tela, a lo pictórico. La primera pintura que hice fue la fachada del taller, como el primer lugar al que voy todos los días”.

“Vivir es pasar de un espacio al otro haciendo lo posible para no golpearse”.

Georges Perec

Valentina describe su forma de trabajo como un recorrido metódico. El proceso, que va de la fotografía a la pintura, pasando por la proyección en la tela, resulta en una traducción, donde el cambio de material, color y escala resignifica el ambiente original. En las imágenes, que coquetean entre el plano y el paisaje, la soledad sobreabunda, desbordando la tela para engullir al espectador y, si bien a simple vista parecen imitar lo digital, Valentina insiste en que le interesa que su pintura conserve la gestualidad del pincel. Sobre la elección de la paleta, comenta que al principio pensó que era casual, “pero a lo largo del tiempo, haciendo clínica, me di cuenta que no era un capricho, sino una manera de distanciarse del espacio”.

En 2019, la artista inauguró Última dimensión, su primera exposición individual en Galería Quimera, curada por Baggio, que se sumó a una gran cantidad de muestras colectivas, como el X Premio Nacional de Pintura Banco Central, la Bienal de Arte Joven Buenos Aires y el Premio Proyecto A. Ese mismo año, en el contexto de la feria de arte COSMOSCOW de Moscú, una de sus pinturas quedó seleccionada para ser donada al Museo de Arte Moderno de Moscú (MMOMA), convirtiéndose en la primera artista argentina en formar parte de la colección del museo:

“Para mí significó una manera de visibilizar las obras de artistas argentinos jóvenes. Me gusta pensar que las personas que acceden a la colección, sean artistas o no, pueden entrar en relación con el arte de países lejanos”, cuenta la joven y asegura que, para hacerse lugar en el mundo del arte a pesar de su timidez, le resultó fundamental encontrar personas con las que se sentía cómoda y de quienes nutrirse. “Recibir devoluciones es muy lindo, lo tomo como parte de un crecimiento. Me pasa mucho cuando hago clínica, voy desarrollando preguntas sobre cosas que daba por sentado”, añade. 

“El proceso, que va de la fotografía a la pintura, pasando por la proyección en la tela, resulta en una traducción, donde el cambio de material, color y escala resignifica el ambiente original”.

Recorrer la metrópoli vacía, lo que para algunos parecía una fantasía y, para otros, un paisaje apocalíptico, se convirtió en una realidad al comienzo de la cuarentena. En ese contexto, que resultó casi una puesta en práctica de sus escenarios deshabitados, el veto de la movilidad extendida obligó a la artista a volver a mirar lo cotidiano, inventariando los detalles que antes eran eliminados de su mente. “Yo vivo cerca del Parque Lezama, así que estuve yendo mucho. Ahí empezaron a aparecer líneas orgánicas, más vegetación, figuras humanas en estatuas. Esas rarezas que antes omitía a la hora de pintar y ahora dije ¿por qué no?”. Además, el aislamiento obligó a la artista a modificar su dinámica de trabajo, ralentizando la producción y reduciendo los formatos.

Aunque rescata iniciativas actuales, como el premio de adquisición de obras 8M o las muestras “El canon accidental” en el Museo Nacional de Bellas Artes y “Cuando cambia el mundo” en el CCK, Valentina sabe que aún falta mucho para que llegue a reconocerse la importancia que tuvo la incidencia de las mujeres en la historia del arte. Subraya que la universidad conserva un sesgo androcéntrico y que la información resulta escasa. A la pregunta de qué pasaría si se hubiera visibilizado más las imágenes creadas por mujeres y disidencias, responde que todo sería muy diferente. “Ahora están empezando a haber más muestras, pero aún es muy poca la divulgación. Investigando para la tesis, que es a lo que me encuentro abocada actualmente, me di cuenta lo difícil que es conseguir información sobre ciertas artistas. Me llama mucho la atención que todo el material estuviera oculto y que nunca se reconociera su valor”, concluye. 

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Autorx

Dalia Cybel

Redactora